La heroica lucha de Terrabusi conmocionó al país y produjo un cambio brusco de escenario. Pulverizó la ilusión óptica de que el gobierno K se había fortalecido y retomado su discurso nacional y popular. Lo colocó a la vista de todos con la policía, la UIA, los yanquis y la burocracia sindical juntos en la misma vereda. Y los conflictos sociales, el activismo combativo y la izquierda, pasaron al centro del protagonismo, mostrando que los trabajadores y el pueblo no quieren pagar la crisis. Que hace falta una nueva dirección en el movimiento obrero. Y un cambio de modelo que no puede provenir ni de la oposición de derecha que quiere más capitalismo, ni de la centroizquierda que critica pero siempre termina siendo funcional al ilusionismo kirchnerista.
Estamos ante un cambio profundo en la coyuntura nacional que trasciende el propio conflicto. Que muestra el peso de la clase obrera cuando irrumpe en escena y descalabra la arquitectura endeble de los de arriba. La fuerza con la que irrumpió esta lucha obrera, amplificada por cierto por la represión K que obró como revulsivo colectivo, cambió bruscamente la sensación térmica explicitando la verdadera realidad por la que viene transitando el país con importantes consecuencias políticas y sociales que marcarán el ritmo de la situación de aquí en adelante.
Primero: fue un nuevo y tremendo golpe al gobierno. Demostrando que la mentada “recomposición K”, agigantada por la oposición burguesa y apuntalada por una centroizquierda arrastrada por los cantos de sirena del doble discurso “progresista”, tal como lo sostuvimos desde el MST, no pasó de ser un cuarto de hora y rápidamente el gobierno quedó nuevamente a la defensiva y mostrando toda su debilidad estructural y ausencia de base social.
Segundo: Colocó al conflicto social en general y al movimiento obrero en particular en el centro de la escena. Que hay una fuerte respuesta a la crisis y al ajuste, una verdadera olla a presión que venía recorriendo el país y que estaba oculta detrás del show político de los superpoderes o la ley de medios.
Tercero: Desnudó el nefasto rol de la burocracia sindical en todas sus vertientes, que actuó en frente único y con división de tareas con el gobierno y las patronales. Pero a la vez mostró la profundidad de su crisis, ya que se destapó que no logra cumplir su rol de controlador del conflicto y que despuntan luchadores y direcciones alternativas y combativas que motorizan los conflictos.
Cuarto: Colocó de nuevo en rol protagónico a los luchadores combativos y a la izquierda, que ganaron las calles y mostraron que ese fenómeno que abrió el Argentinazo del 2001 se potencia nuevamente. Y desdibujó a la centroizquierda que no hizo nada por esta lucha y tampoco ofrece una salida verdaderamente alternativa para los trabajadores.
Quinto: Agravó la crisis de todo el régimen político, llevando zozobra al establishment, a la embajada yanqui, a la oposición burguesa. Salieron en coro a reclamar seguridad jurídica, a bramar por el derecho a la propiedad privada y a avalar la represión. Señalando que la transición ordenada por la que bregaron primero al intentar un acuerdo político que fracasó y luego apuntalando a los Kirchner, está dejando paso a la confrontación social. Que no les va a ser fácil descargar la crisis hacia abajo. Por eso están desesperadamente junto al gobierno buscando cómo cerrar la inestabilidad abierta y alejar la espada de Damocles de que crezcan las condiciones para un nuevo Argentinazo.
Fin del show nac & pop
El gobierno perdió nuevamente la iniciativa que había recuperado. La imagen que intentó reconstruir enfrentando al grupo Clarín y colocándose en falso defensor de la libertad de opinión, se derrumbó. Los desprevenidos que consumieron el nuevo verso nacional y popular, entre ellos la centroizquierda desde Sabatella a Pino Solanas, que le votaron la ley de medios tramposa, quedaron descolocados.
La represión a Terrabusi, la vuelta al FMI, el abrazo con el presidente yanqui y la patronal de Kraft, Cristina en el G20, el nuevo tarifazo, volvieron a la realidad de la crisis y a las intenciones manifiestas de que la paguen los trabajadores y el pueblo. Y la mayoría del pueblo que nunca creyó en el nuevo maquillaje de los K, como lo marcaron las encuestas donde hay récord de rechazo, aumentó su bronca y demandas de cambio.
Ahora el gobierno sale más debilitado para aplicar el ajuste que se necesita, como el que se explicita en el Presupuesto 2010 enviado al Congreso donde reserva dineros para rellenar la alicaída caja fiscal, subsidiar a las patronales y reduce brutalmente los presupuestos sociales, entre ellos el de salud en tiempos de epidemia. Urgentemente ha salido a poner paños fríos intentando una negociación en Terrabusi, porque la fuerza de la lucha empezó a torcer el curso de un conflicto testigo. Necesita calmar las aguas y cerrar el curso imprevisible de esta nueva coyuntura abierta.
Los conflictos ganan la calle
Terrabusi expresa un salto de calidad en la conflictividad obrera, señalando que los trabajadores y el pueblo no quieren pagar la crisis. La combinación de ser una multinacional yanqui, la segunda empresa del país con 2.700 trabajadores, ser conducida por sectores de izquierda y haber sufrido la represión más explícita y brutal a una huelga obrera por parte de los K, la transformó en un conflicto testigo, para el conjunto del movimiento obrero de cómo enfrentar los despidos. Y también para el conjunto de los que están luchando que se tonifican. Para decenas de fábricas que resisten despidos y suspensiones.
Sale a la luz todo un proceso de luchas que se venía dando. Se empezó a percibir una sensación de conflicto general, cortes, piquetes y marchas. Sólo en cuatro días, como respuesta a la represión, se registraron 81 cortes de calles y rutas, el 80% de los ocurridos en setiembre, que fue el mes récord en dos décadas en movilizaciones callejeras. Ahora los cortes ocupan titulares de la prensa, pero hay contabilizados 2.050 en el año (informe CENM). Un indicador del descontento social, ya que sólo fue superado con la efervescencia del 2002 y por los cortes chacareros del año pasado.
Hoy más de 1,5 millones de trabajadores están en conflicto. No sólo por aumentos, sino contra el ajuste provincial que llevó a no pago o desdoblamiento de salarios y/o aguinaldos, como en Neuquén, Jujuy y Tierra del Fuego. Anticipando una dinámica que puede repetirse en otras provincias. Hay luchas de la salud con conflictos en 8 provincias, con los autoconvocados de la salud de Tucumán que llevan más de dos meses peleando a la cabeza. Arrancaron los paros estatales en Buenos Aires. Vuelven las luchas con desborde, fenómenos de autoorganización y movilizaciones masivas. Los docentes están en conflicto en más de 10 provincias. Y el subte redobla su reclamo de reconocimiento del nuevo sindicato.
También reclaman otros sectores, los estudiantes del Nacional Buenos Aires toman el colegio contra el autoritarismo y en los barrios se prepara la pelea contra el nuevo tarifazo, en medio de numerosas protestas por el clima de miseria e injusticia que se vive. Y los piqueteros protagonizan nuevamente reclamos por ayuda social.
No pocos plumíferos de la prensa burguesa editorializan preocupados ante una conflictividad que estiman similar a la del 2002.
Protagonismo del activismo y la izquierda
Primero con el subte y ahora con toda la fuerza de los obreros de Terrabusi se coloca nuevamente la realidad del activismo combativo, los desbordes a la burocracia y la tendencia a la autodeterminación en la protesta social. La izquierda y las direcciones comba-tivas son otra vez protagonistas. Mostrando un tremendo activismo joven y radicaliza-do, un proceso que ya estaba detrás de huelgas que se venían dando. Camadas nuevas de luchadores que ayer se vieron en el Casino, Dana, General Motors, Paraná Metal, docentes de Salta, Santa Cruz, petroleros y hoy motoriza los autoconvocados de Tucumán, el subte y decenas de conflictos a lo largo y a lo ancho del país. Activismo que es la materia prima de una nueva dirección tanto en los gremios de la CGT como de la CTA (ver nota en página 11).
Por eso, pese a que no lograron un pacto social, la patronal, la burocracia y el gobierno, más allá de sus peleas en las alturas, se unen y dividen tareas para tratar de frenar este proceso y barrer a los activistas y nuevos dirigentes combativos y de izquierda.
Es más que ilustrativa la zozobra de los popes de la patronal y el imperialismo: “Tomar plantas no es razonable, hay que desideologizar el conflicto laboral para que aumenten las inversiones…” (presidente de Edenor); “No se acatan conciliaciones, los delegados tienen fueros, aparecen los activistas…” (vicepresidente de COPAL); “Esperamos que el desalojo se convierta en un leading case para disuadir futuras tomas de fábricas” (tesorero de la UIA).
El diario La Nación ya editorializó varias veces contra “la izquierda sindical” y citó al presidente de un grupo empresario europeo: “Los sindicatos fuera de control son peores que los que ya conocemos… es la primera muestra del desorden social que se viene... Se viene una etapa de enfrenta-mientos más violentos”, coincidiendo con el presidente de la Shell, que aseveró que Terrabusi “no es un caso aislado”. También el diario Clarín ha editorializado contra esa gran lucha obrera.
No es para menos. Saben que en la raíz de estas peleas hay miles de protagonistas que maduran y descreen del gobierno y de la oposición burguesa, que no se conforman con las medias tintas de la centroizquierda, y que empiezan a buscar en la izquierda no solamente el apoyo a la lucha sino respuestas de fondo para el cambio que nuestro país está necesitando con urgencia.
Los desafíos para los luchadores
La nueva realidad y la perspectiva que muestra una dinámica hacia mayor crisis en las alturas y nuevos y mayores enfrentamientos contra el gobierno y su política de ajuste, colocan necesidades y tareas para los luchadores y la izquierda.
En primer lugar, redoblar el apoyo a Terrabusi para que se gane. Incrementando la solidaridad con el fondo de huelga y todo lo que resuelvan los trabajadores. Llevando esta lucha a todos los lugares y exigiendo a la CGT y a la CTA un paro general y un plan de lucha. Por Terrabusi y por las demás luchas en curso.
En segundo lugar, peleando por imponer un plan obrero y popular de emergencia para que la crisis la paguen los capitalistas. Que, entre otros puntos, contemple: la prohibición por ley de los despidos y suspensiones con la estatización con control obrero de toda empresa que no cumpla; un aumento general de salarios, jubilaciones al 82% y planes sociales y su actualización automática acorde al aumento real del costo de vida: la anulación del tarifazo de la luz y el gas y la reestatización de las privatizadas bajo gestión de trabajadores y usuarios; la anulación del IVA, impuestos progresivos a los ricos y control popular de precios; ruptura con el FMI y demàs usureros para volcar los recursos de la deuda a las necesidades obreras y populares. Y la convocatoria a elecciones para una Asamblea Constituyente, para que sea el pueblo el que decida democráticamente el rumbo del país y no los «diálogos» y enjuagues de trastienda del gobierno y la oposición.
En tercer lugar, fortaleciendo a los nuevos luchadores y nuevas direcciones combativas para consolidar lo conquistado y ganarle nuevo terreno a la burocracia. Practicando a ultranza la democracia obrera, construyendo un modelo sindical donde la base decida y sentando las bases para una nueva dirección democrática y combativa para el movimiento obrero.
En cuarto lugar se coloca la necesidad de poner en pie una nueva alternativa política, de izquierda anticapitalista, amplia y unitaria, que promueva un nuevo modelo de país, un modelo socialista como señalamos en la editorial.
La lucha de los obreros de Terrabusi deja una clara lección, reconocida por el absurdo, por supuesto, por el enemigo de clase: en las horas decisivas sólo la izquierda se coloca a la altura de las circunstancias para apoyar a los trabajadores. Y, como lo venimos postulando desde el MST, también para avanzar las soluciones que hacen falta para lograr un cambio estructural en el país.
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