Escribe: Mariano Rosa
En el artículo anterior de esta serie dedicada a la discusión sobre el bicentenario de la Revolución de Mayo, decíamos que el ala burguesa triunfante en el escenario pos-revolucionario, estructura el esquema integral de un país capitalista. Con eje en la aduana porteña, con la actividad agroganadera como impulsora económica, Argentina se vincula a la economía capitalista mundial. En el marco del siglo XIX, el imperialismo dominante (Inglaterra), somete a su estrategia colonialista nuestra economía. La burguesía terrateniente de nuestro país pacta con Gran Bretaña y este acuerdo señala toda una etapa de nuestra historia. Nace la clase obrera argentina y el primer golpe militar habilita la primera “década infame”.
El capitalismo inglés domina la economía nacional
Inglaterra era en el siglo XIX el país capitalista dominante en el mundo. La decadencia del imperio español y el desarrollo industrial de Gran Bretaña señalan un recambio de la hegemonía político-económica y militar en el concierto mundial...
En ese contexto, la burguesía argentina estructura el capitalismo en nuestro país y desarrolla como pilar fundamental la actividad agroganadera. Inglaterra penetra en nuestra economía y con un volumen enorme de inversiones pasa a controlar de forma absoluta los resortes estratégicos de la base productiva nacional: los ferrocarriles, el acopio de cereales y de ganado, las finanzas a través de sus bancos. La burguesía terrateniente porteña pacta completamente y obtiene jugosos dividendos de este esquema, aunque sea una integración “asimétrica” a la economía mundial, ya que es Inglaterra la que compra barato y manufactura en sus fábricas realizando plusvalía en beneficio de su propia burguesía. La oligarquía argentina acepta compartir una parte menor del negocio.
Nace la clase obrera argentina: internacionalista y combativa
Contra la falsa ideología difundida por la burocracia sindical peronista y los manuales de la historia oficial, que dicen que la clase obrera argentina nació “ligada a la doctrina social de la iglesia y los valores patrióticos nacionales”, queremos señalar las marcas de origen de nuestro proletariado. Para empezar fue profundamente internacionalista en su conciencia y concepción. Anarquistas, marxistas y socialistas, fueron predominantes en la conducción de las primeras organizaciones obreras a finales del siglo XIX. La clase obrera de nuestro país tuvo su representación en la I° Internacional y enfrentó duramente la explotación capitalista brutal de aquél período. Un componente central de la militancia obrera de aquella época, fue la inmigración de activistas y cuadros obreros llegados de la Europa azotada por la represión que siguió a la derrota de la Comuna de París de 1871.
La UCR en el poder: se vertebra la democracia burguesa como válvula de escape al descontento de la clase media y las luchas obreras
La llamada Generación del 80 completa la estructuración capitalista del país, pero muestra su limitación para enfrentar el nuevo escenario configurado con la clase obrera luchando por mejoras económicas y la clase media nacida al calor del desarrollo capitalista del país. El régimen político dejaba al margen de la participación política con el fraude y las trenzas del “unicato” a amplias capas populares. El radicalismo será entonces la expresión de un sector burgués que comprende la necesidad de generar mecanismos de descompresión popular dando canales de participación a los sectores medios y la clase obrera. La democracia burguesa electoral, copiada del modelo yanqui es el mérito del radicalismo que entiende la nueva etapa y la necesidad de reubicarse. La Ley Sáenz Peña de 1912 posibilita que en 1916, en las elecciones presidenciales, la UCR con Yrigoyen acceda al gobierno. En lo esencial la estructura económica del país no sufre mayores alteraciones y es por eso, que el nuevo gobierno cuenta con la bendición de la burguesía local y del imperialismo inglés. El radicalismo logra vehiculizar las aspiraciones de los sectores medios e integra por la vía del empleo público a las capas marginadas del campo y la ciudad. En relación a la clase obrera, se ubica como árbitro burgués siempre y cuando el ascenso proletario no amenace la propiedad privada y el sistema capitalista (ver recuadro)
El primer golpe para que la crisis capitalista mundial la paguen los trabajadores
Aunque el radicalismo fue un gobierno patronal, indudablemente, como respuesta defensiva y preventiva del sector más lúcido de la burguesía, expresaba de forma indirecta el ascenso obrero y popular. Por eso, en el marco del primer gobierno de Yrigoyen, la actividad de la clase obrera y los sectores populares se incrementó con reclamos de todo tipo y luchas durísimas que hicieron temblar a los capitalistas. Por eso, después del interregno del alvearismo (como expresión del ala derecha y más pro-yanqui de la UCR), Yrigoyen vuelve a ganar las elecciones en 1928, pero ya en otro contexto mundial. La crisis capitalista desatada en el “crack” del 29 en Estados Unidos, golpea duramente la economía argentina, derrumba los precios internacionales de cereales y carnes, y por lo tanto, retrae la tasa de ganancia capitalista. Frente a este panorama, la burguesía desata a escala mundial y en nuestro país, una dura ofensiva sobre el movimiento de masas: había que cargar el peso de la crisis mundial sobre los trabajadores con despidos, rebajas salariales y supresión de conquistas laborales. Hacía falta “mano dura” y para eso (¡cuándo no!) el ejército fue el instrumento capitalista para imponer sus planes de hambre y miseria: en 1930 se consuma el primer golpe fascistoide de nuestra historia y se inauguraba la primera “década infame” sobre el pueblo trabajador.
La década infame y las bases de surgimiento del peronismo
La década del 30 es durísima para las masas trabajadoras de nuestro país. La burguesía actúa sin piedad para salir de la crisis a costa del esfuerzo y la miseria obrera. Al mismo tiempo, se verifica un proceso que sentaría las bases de un recambio en la clase obrera argentina y en el medio siglo posterior de la vida política de nuestro país.
La falta de divisas para poder importar productos de la industria extranjera y el estallido de la segunda guerra mundial, obligan como estrategia defensiva en principio, a la burguesía argentina a desarrollar cierta industrialización sustitutiva de las importaciones que ya no se podían realizar por lo dicho. La crisis del campo por la caída de los precios de carnes y cereales produce un fenómeno concomitante: la migración interna del campo a la ciudad. Esos “cabecitas negras” serán la fuerza trabajo absorbida por la industria naciente y la base de la nueva clase obrera en la que se asentaría un nuevo proyecto burgués, aggiornado a la nueva etapa: el peronismo. Pero, la complejidad de este fenómeno amerita que lo abordemos exclusivamente en la próxima entrega de este ciclo de artículos que estamos presentando.
La falta de divisas para poder importar productos de la industria extranjera y el estallido de la segunda guerra mundial, obligan como estrategia defensiva en principio, a la burguesía argentina a desarrollar cierta industrialización sustitutiva de las importaciones que ya no se podían realizar por lo dicho. La crisis del campo por la caída de los precios de carnes y cereales produce un fenómeno concomitante: la migración interna del campo a la ciudad. Esos “cabecitas negras” serán la fuerza trabajo absorbida por la industria naciente y la base de la nueva clase obrera en la que se asentaría un nuevo proyecto burgués, aggiornado a la nueva etapa: el peronismo. Pero, la complejidad de este fenómeno amerita que lo abordemos exclusivamente en la próxima entrega de este ciclo de artículos que estamos presentando.
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